PROLOGO

Este libro no es una novela de suspenso y aventuras como cualquier otra. Y no es que no lo sea porque a lo largo de sus páginas no encontremos aventuras y suspenso en grandes dosis, pues lo cierto es que está plagado de ellos de principio a fin, sino porque es algo más. Es un canto a la libertad y, sobre todo, una declaración de amor apasionada a la vida en la carretera. Wilhelm Willeke, autor de este trepidante thriller, presta a Daniel, su alter ego en la novela, algunos rasgos que le son propios, por lo que, aunque las peripecias que se narran en ella son ficticias, su protagonista guarda cierto parentesco con la realidad. Desde muy joven, Willeke mostró una extraordinaria inquietud que lo llevó a viajar por todo el mundo. Su carácter aventurero queda de manifiesto en el hecho de que, como a su personaje, nunca le ha costado mucho dirigirse a un aeropuerto y tomar el primer avión que hubiera disponible sin importarle el destino. Una de sus mayores aficiones, que no solo ha marcado su vida personal, sino también la laboral, es su atracción por el mar —lo que queda reflejado también en algún capítulo de este libro—, afición que lo llevó a fundar una escuela de buceo, de la que es dueño e instructor, y a sumergirse en las aguas de un sinfín de países, entre los que se cuentan Indonesia, Tailandia, Belice, Republica Dominicana, El Salvador, México, Perú, Guatemala, Honduras o el propio Chile, su tierra natal. Pero el punto de conexión más cercano con su personaje es el amor que ambos sienten, uno en la realidad y otro en la ficción, por el mundo de la motocicleta.

Al igual que Daniel, Willeke descubrió ese fascinante universo aunque de forma tardía, pero una vez lo probó, su espíritu quedó impregnado de ese inexplicable deseo —casi podríamos decir necesidad— de salir a la carretera; de ese sentimiento casi mágico que se apodera de algunos motoqueros y ya no los abandona jamás. A quien nunca ha montado en una moto se le puede hacer difícil comprender la sensación hipnótica de tener ante sí esa línea infinita de color plomizo que se pierde en un horizonte, como engullida por las nubes, y que puede llevar a quien la sepa seguir a cualquier lugar del globo. Pero la carretera no es solo eso, también es sus olores, sus sonidos, la naturaleza que atraviesa. Y sus cielos. Aunque el personaje de la novela, quizá un poco como el propio Willeke, tiene algo de lobo solitario, siente, como cualquier jinete del asfalto que de verdad lo es, un lazo fraternal con sus hermanos motoqueros, con aquellos que comparten con él la pasión por el irresistible y atractivo mundo de la carretera.

Una de estas “hermanas de la carretera” es Camila, una enigmática motoquera con la que el protagonista se encuentra por casualidad y con quien acaba compartiendo sus aventuras. Ambos son muy parecidos y piensan que quien no haya recorrido alguna vez sobre dos ruedas el mundo no conoce qué es la libertad. Pero, a medida que Daniel va conociendo a Camila, empezará a sospechar que la bella motoquera tiene sus propios secretos y tal vez esconde un pasado misterioso.

Pero empecemos por el principio. Daniel Balmaceda es un joven motoquero, heredero de un conglomerado empresarial con sede en Santiago de Chile, de carácter noble aunque algo irreflexivo, para quien rodar sobre el asfalto con su Midnight Star, más que una afición es una forma de vida. Su personalidad inconformista y rebelde le impulsa continuamente en busca de lo desconocido, pues nunca se siente cómodo demasiado tiempo en un mismo lugar y necesita partir en busca de nuevos territorios que descubrir.

Esa forma de ser tiene mucho que ver con un hecho que le marcó cuando era solo un adolescente: la desaparición de su hermano mayor en extrañas circunstancias. Durante mucho tiempo trató de hallar una explicación a ese suceso que le atormentaba, pero nunca la pudo encontrar.

Años después de aquel acontecimiento, un día cualquiera, Daniel recibe un extraño paquete en el que no consta el nombre del remitente. Lo que halla en su interior, además de sórdido y algo aterrador, le resulta incomprensible. A este paquete le suceden otros de contenido diferente, pero también amenazador. En el último de ellos encuentra una serie de fotografías de él que fueron tomadas a lo largo de los últimos quince años en la privacidad de su departamento cuando dormía. ¿Quién era aquel desconocido que había estado fotografiándolo durante todo ese tiempo sin que se diera cuenta? ¿Cómo había tenido acceso a su intimidad? ¿Qué significaban aquellos paquetes? ¿Alguien le estaba enviando un mensaje? En medio de la duda en que se suman todas estas preguntas a las que no halla ninguna respuesta, Daniel conoce a Camila, y junto a ella inicia una investigación que le llevará a darse cuenta de que las circunstancias que han rodeado su vida hasta ese momento no eran en realidad lo que parecían ser.

A lo largo de su búsqueda, Daniel irá encontrando indicios que le irán acercando cada vez más a la verdad, y establecerá cierta conexión entre los paquetes que recibe y unos extraños sucesos que se producen como una epidemia en la ciudad de Santiago: una serie de suicidios de importantes empresarios. Todas las muertes siguen un mismo patrón:

las víctimas se lanzan al vacío desde diferentes rascacielos de la ciudad, pero lo más extraño del asunto es que todas llevan puesta al hacerlo la inquietante máscara de un pájaro. A medida que avance su investigación, Daniel descubrirá que su vida está en peligro y deberá tratar de encontrar las respuestas que busca lo antes posible, pues el tiempo corre en su contra. Sus únicas armas para luchar contra ese destino aterrador que se cierne sobre él son su inteligencia, su motocicleta —que le permitirá recorrer las carreteras del país en busca de pistas que le acerquen a la resolución del misterio—, y su nueva compañera de viaje, quien a su vez parece esconder un secreto.

Wilhelm Willeke nos transporta magistralmente a través de las páginas de esta novela hacia un mundo rebosante de sensaciones en el que, junto a los protagonistas de las mismas, perseguidos por una temible amenaza, podremos recorrer las carreteras de Chile y Argentina, saborear los cielos inmensos y espléndidos, las escarpadas cumbres de la Cordillera de los Andes y ser sorprendidos, mientras nos bañamos en un majestuoso lago, por la erupción furiosa de un terrorífico volcán. Y es posible que esta novela, además de mantener en tensión a sus lectores desde la primera a la última página, consiga que alguno de ellos, al acabarla, empiece a sentir también, muy dentro de sí, la llamada de la carretera.