Hasta no hace mucho conocíamos el estilo de vida motoquero, el cual estaba reservado para esa élite aventurera que se animaba a transgredir las tradiciones para abrirse paso en el entramado urbano y así vivenciar su cultura de forma intensa. También nos era muy conocido el género de suspenso; esa forma de relatar que nos obliga a salir de nuestra zona de confort para obligarnos a estar alerta y así poder deducir quién se encuentra detrás de lo inexplicable, así como también a dejar la luz prendida en el pórtico antes de irnos a dormir, solo por las dudas de que algún personaje decida despojarse de su autor y actuar por su cuenta en contra de ese lector que lo tiene cautivo.

La pregunta que cabe hacerse es: ¿Qué tienen la cultura motoquera y el suspenso en común?

Cuando todo parecía indicar que “nada” sería la respuesta más lógica, Willeke decidió salir de su propia zona de confort y abrirnos la puerta hacia un mundo hasta ahora desconocido. ¿Puede un trotamundos tener la sensibilidad de servirse de las palabras para tejer una trama de ficción en un mundo surrealista sin dejar que la tensión decaiga de la primera a la última página?

La respuesta es un contundente sí. Desde el momento mismo en que comiences tu viaje por la ruta que Willeke tantas veces transitó, tu miedo no será que el personaje se salga del libro para acecharte, sino que temerás no ser capaz de seguir queriendo vivir la vida alejado de las incertidumbres del asfalto.